lunes, 14 de diciembre de 2009

El Bar Ibérico, los Montoneros, las dudas de un gobierno indescifrable


1975.

4 de julio de 1975. Era otra noche fría de invierno y la gente comenzaba a salir de las últimas funciones de cine y teatro rumbo a los bares más cercanos. Todo parecía normal pero en la Argentina de aquélla años, los “años de plomo”, nada lo era. Perón había muerto un año atrás, dejando en el poder a su viuda y las internas peronistas se desgarraban y con ellos, a todos. Eran los tiempos dorados de los Montoneros, la mano dura del peronismo, un grupo de izquierda peronista que en sus comienzos fue apoyado por Perón pero que con el correr de los años y la sangre derramada mediante su política violenta de secuestros, asesinatos y demases vio como se les soltó la mano al punto de pasar a la clandestinidad. Eran tiempos del grupo para-policial denominado Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), organizado por un tal López Rega y creado para exterminar el terrorismo montonero. Eran tiempos de una guerra interna. Y en ese contexto, volviendo al 4 de julio de 1975, la gente iba al cine y al teatro, y a la salida, se sentaba a tomar café en los bares del lugar.

El Bar Ibérico se ubicaba en la esquina de Córdoba y Uruguay. Habían pasado quince minutos de la medianoche cuando una bomba, ubicada en el baño de caballeros, estalló. Mario Ramón Filipini, estudiante uruguayo de 26 años, soltero y con domicilio en Caseros, Provincia de Buenos Aires, voló por la onda expansiva a través de una ventana, y Laura Beatriz Manzano, de 21 años, argentina, empleada, resultó decapitada. Cosas del destino. La bomba tenía como objetivo a un oficial naval que siempre se sentaba a tomar café en la mesa cercana al baño y que esa noche, se ausentó. Los dedos apuntaron a Jorge Taiana, hijo del médico personal de Perón y militante montonero. Aquí la historia lo confunde todo, lo bate, lo marea a conveniencia. Primero se dijo que Taiana fue el autor material pero eso quedó descartado al saberse que, cuando la explosión, estaba detenido. Luego se lo acusó de ser el autor intelectual. Estuvo siete años presos en el penal de Rawson, allá, en la Patagonia, y en 1982 fue liberado e indemnizado por ser víctima de la “persecución fascista” de la época. Nunca se supo la verdad. Entre desmentidas y dudas, los muertos solo se sumaron a la lista de inocentes asesinados por los enfermos de poder.

Hoy, Jorge Taiana, es parte activa del gobierno de los Kirchner. Como así lo fueron y lo son otros, acusados en los años de plomo de ser parte activa de atentados terroristas y masacres dignas de ser nombradas como crímenes de lesa humanidad ¿Coincidencias? ¿Difamaciones absurdas? ¿Encubrimientos repugnantes? Como tantas cosas, no se sabrá. Y no sirve de consuelo pensar en un cielo y el juicio ante un supuesto tribunal divino o en la punta de una roca caliente en el averno. Los muertos, muertos están. Sus vidas no valen un carajo como no la valen aquellas que hoy día mueren por la inseguridad. Pero esa es harina de otro costal. Harina con la que ya hornearé una noticia para mostrarles más sobre un gobierno que no nos cuida.

lunes, 5 de octubre de 2009

Mercedes Sosa, hasta siempre!




Era 9 de julio de 1935 en San Miguel de Tucumán. Era en un hogar humilde, con almuerzos de trigo con sal, con la pobreza doliendo en el estómago pero jamás en la dignidad. Era el nacimiento de Haydée Mercedes Sosa, la “negra” Sosa. Era una niña feliz que amaba la imagen de su madre fritando empanadas a la luz de la luna. Era una niña creciendo con el aroma de las naranjas tucumanas, el aire limpio, la vida en cada sorbo. Era una apasionada de quedarse a dormir en casas de amigos o familiares para despertarse antes que todos y así escuchar ese mundo de sonidos nuevos. Era una adolescente que amaba bailar en las peñas locales, tanto que se animó a enseñar danzas folclóricas; pero más amaba cantar, y con el apoyo de amigos y familiares, se inscribió en un concurso que organizaba la emisora radial LV12 de Tucumán, su provincia. Era una gran cantante. No hace falta decir ni escribir ni asomar ni aclarar que ganó el certamen y después de eso, lo ganó todo. Era comprometida. Era leal. Era un rayo de luna tucumana atravesando la espesura de esta vida. Era parte del “Movimiento del Nuevo Cancionero”, una corriente renovadora del género folclorista que daba sus primeros pasos en Mendoza, provincia donde residió después de casarse. Era osada. Era firme. Era Patria. Era “cantora”, no cantante, porque “cantante es el que puede y cantora es quien debe” Era una luchadora que se jugaba el cuello en cada escenario, incluso, cuando en uno la cachearon y la detuvieron por pensar diferente. Era peronista primero, izquierda después, y combatió con la palabra, y eso le costó el exilio que jamás pudo asimilar. Decía que el exilio era peor que la muerte... y lo era. Paris. Madrid. Tan lejos su Argentina del alma. Era de las que nunca olvidan. Era una zamba, un bombo. Y de las que siempre vuelven. Era aclamada y aplaudida en todo el mundo. Lincoln Center de New York. Carnegie Hall y sus quince minutos de ovación. Mogador de Paris. Concertegebouw de Amsterdam. Teatro Colón de Buenos Aires. Coliseo de Roma. Quinta Vergara de Viña del Mar. Sala Nervi del Vaticano. Era la voz del pueblo. De sus penurias. De sus alegrías. Era pueblo. Era un corazón fuerte y libre que no quería detenerse a descansar: “Sino canto lo que siento, voy a morir por dentro” Era consecuente. Era La Pachamama. Era la voz de la tierra. Era la Madre de América. Hasta el 4 de octubre del 2009, era La Negra. Mejor dicho, es la negra. No se puede convertir en pretérito a quien pare futuros. No se puede acallar el canto si la cantora sigue cantando. Por eso, es y siempre será, La Negra, nuestra Negra.

viernes, 14 de agosto de 2009

Marco Ruiz, el rostro y las heridas del periodismo venezolano



El motivo era claro y era justo. Según el artículo 50 de la Ley Orgánica de Educación, en el numeral 12, reza que el Ministerio de Educación tendría la potestad de ordenar el cierre de cualquier medio de comunicación, en caso de que estos, publiquen información que provoque pánico entre la población infantil. En realidad, no era más que otro cerrojo del gobierno para con la libertad de expresión y de comunicación. Desde el cierre del canal de televisión RCTV, en mayo del 2007, pasando por el retiro del aire de 34 radios de tinte opositor y los cinco procesos abiertos a Globovisión acusado de hacer “terrorismo mediático”, el gobierno no ha cesado en su intento de aniquilar cualquier pensamiento distinto. Marco Ruiz iría a protestar pacíficamente. Le dio el último sorbo a su café, tomó unos volantes que entregaría entre semáforo y semáforo a los transeúntes y salió junto a sus más de treinta compañeros desde la Torre de la Cadena bajando por el Boulevar Panteón hasta la Avenida Urdaneta. Cerró los ojos. Respiró profundo. Recordó aquellas bombas y granadas lacrimógenas, el gas pimienta, las pancartas quebrándose contra el suelo, las corridas, la verborragia agresiva de su presidente, tantas marchas… tantas marchas. Sonrió de lado cuando su mente fue ocupada por la imagen de un futuro mejor. Pensó, no podría ser peor. Abrió los ojos y a su lado vio a Sergio, su compañero y amigo. Él lo miró y asintió con la cabeza. No podría ser peor. Y en pos de eso se prometió, como todos los días, nunca cesar en sus reclamos, jamás bajar los brazos. No olvidó que Caracas, la ciudad que tanto quería, es justamente la ciudad con mayor índice de inseguridad en Latinoamérica, que en diez años los crímenes se han triplicado, que desde arriba baja la idea de reforzar la lucha de la revolución socialista con armas, porque revolucionar es una constante lucha, dicen inflándose los pechos tan fríos como vacíos. Movió la cabeza a los lados y bajó la mirada. No podría ser peor. Y desde el otro lado de la calle escuchó gritos enardecidos. Viva la libertad. Esta calle es del pueblo. Ustedes defienden a la oligarquía. Hombres y mujeres lo rodearon, a él y a sus compañeros; hombres y mujeres con palos largos y odios profundos en sus ojos. Se perdió en los ojos de uno de ellos. Se preguntó por qué tanto odio y rencor. Por un instante se sintió vencido. Si todo lo que hacía por y para el pueblo, para el arepero, para sus amigos, para los maestros, para los indigentes, para sus colegas. Tuvo ganas de llorar. Vio a Venezuela dividida. Fraccionada. Irreconciliable. Cuánto desconsuelo. Y sintió un puño estrellarse contra su rostro, y otro impactando contra su estómago, y un palo hizo una elipse imaginaria en el aire hasta dar con su espalda, y otros puños desparramándolo en el suelo, y luego patadas, muchas patadas, no de uno ni de dos, de cuatro hombres, también venezolanos, como él. Pensó en sus inicios en el periodismo, en el gran “sí” de su esposa, en el abrazo de su madre postiza, en el olor a café por las mañanas, en las aguas del Caribe, en el sueño de ser padre. Pensó.

Marco Ruiz fue trasladado con traumatismos varios en ambulancia hacia un centro médico. Cuando estaba recostado en la camilla vio a Sergio con lágrimas en los ojos, los puños cerrados a cada lado del cuerpo y los labios mordiéndose. Sergio estaba impregnado de impotencia y de dolor. Unos contra otros, pensó. Unos contra otros, susurró. Ya en el centro médico, Marco se sentó en el borde de la camilla y perdió su mirada en las nadas del frente. Quería entender cómo se llegó a tanto odio y tanta violencia. Por qué todo parecía perdido entre las personas. No importaban las respuestas, no le servían para apaciguar su dolor, no le alcanzaban. Pensó en el futuro. No podría ser peor. Elevó la mirada y vio un horizonte, no tan lejos, prometiéndose, como todos los días, como cada periodista, nunca cesar en los reclamos, jamás bajar los brazos.



Versión libre de un hecho real. Dedicado a todos los Marco Ruiz de Venezuela.

domingo, 26 de julio de 2009

Chaco, pobreza y desnutrición


“Mi sueño es tener un telescopio para poder mirar el cielo, la luna y las estrellas” Iván González es el dueño de esas palabras cargadas de esperanza e ilusiones. Iván González es un chico de 14 años que pesa 17 kilos y que desde su nacimiento padece de una distrofia muscular congénita agravada por un cuadro de desnutrición de tercer grado. Iván González vive junto a sus cinco hermanos en una vivienda sumida en la pobreza de la villa Don Alberto, a poco menos de 30 cuadras de la Casa de Gobierno de la provincia del Chaco que se emplaza en Resistencia, la capital provincial más pobre de Argentina. La postal lo dice todo. La avenida Soberanía divide dos realidades diferentes pero parecidas. Un cordón de asentamientos de 24 kilómetros, y en extrema pobreza, abraza el casco urbano de la capital, lo abraza hasta ahogarlo en su color miseria, lo abraza con desesperación. Grises y ocres de dolor, chapas, cartones, maderas roídas por la humedad, plásticos, cualquier cosa que provenga de la basura, se encargan de convertirse en casas precarias del conglomerado. Y más acá, las casas de la clase media, tomando el mismo color que ese más allá tan cercano, y es que en el Chaco, la “resistencia” ha cedido con los calambres del hambre. Y allí es donde vive Iván González. En ese infierno que de pobre ni es infierno. Postrado en una cama de sábanas desteñidas por sus desnutridos 17 kilos, no puede más que ver el cielo desde un agujero en la pared que juega a ser ventana. Recuerda que su padrastro asesinó a su madre, que su hermana mayor pidió, reclamó, suplicó por una silla de ruedas para que él pudiera sentarse e ir a la escuela, y la respuesta fue una silla de ruedas rota, como burla, como ironía de lo solo que está en este mundo de injusticias y desigualdades. Respira y el abdomen se le llena de costillas visibles como la pobreza que lo rodea. Iván González suspira y sonríe, y odio que sonría, odio que no sienta odio, ira, ganas de matar.

El Gobierno provincial organizó una especie de censo para sacar números del estado de la provincia, como si eso solucionara algo, como si, de verdad, el porcentaje sea lo importante. Dijeron que los resultados desalentaban: Casi 36% de la población se encuentra por debajo de la línea de pobreza y poco menos del 10% por debajo de la línea de indigencia, más unos 11000 niños con primero, segundo y tercer grado de desnutrición. Los números no dan de comer, no visten, no acarician, mucho menos los números mentirosos. La realidad es más brutal que la reflejada por los números oficiales. La pobreza real roza el 50% entre los que desangra un 17% de indigentes, los niños desnutridos se estiman en 15600, sí, 15600, y la mortalidad infantil está por encima de los 21,2 cada mil nacidos vivos. Iván González no murió al nacer, pero muere postrado día a día. Sueña con ir a la escuela. Cosa tan simple para muchos, no para los chaqueños. No quiere perder más clases. Sufre por ello. Y por el frío que entra a través de una ventana que jamás tuvo vidrios. Se lamenta tapado hasta el cuello con esas sábanas delgadas, roídas, añejas. Se lamenta por la computadora que el Estado le envió y que jamás ha funcionado. Se lamenta un rato y vuelve a sonreír, imagino que le sonríe al periodista que lo entrevistó y colgó la nota en un diario de Buenos Aires para que yo, como tantos otros con comida en la mesa y computadora con Internet, haga una crónica de su pequeña vida.

Iván, Iván resuena en mi mente. Su nombre, sus miserias, sus huesos deshechos, su abdomen inflado de esperanzas y de desnutrición… y su sonrisa. Me mata su sonrisa más que su dolor. Y me mata su pequeño sueño. Un telescopio para ver el cielo, la luna y las estrellas.

domingo, 5 de julio de 2009

Coltan, el corazón de las tinieblas





Un ataúd pequeño como el cuerpo que lleva dentro se hunde en la fosa cavada en el suelo húmedo de la selva. Djemimana, la niña en su interior, no llegó a cumplir el año de vida. Murió de hambre en los brazos de su madre, infestada de moscas y gusanos. Sus manitos sostenían el dedo mayor de la mano derecha de la mujer. Su rostro inocente nunca supo de sonrisas. Sus dientes no terminaron de salir a la vez que sus encías poco supieron de alimentos.

La tumba Djemimana, la menor de cinco hermanos - fallecidos semanas atrás en plena travesía hacia una libertad que en Congo… no existe - yace en medio de la selva apenas marcada por una cáscara de banana. En cuestión de horas su madre morirá víctima de los golpes y las heridas provocadas por la vejación propinada por una decena de guerrilleros. Sí, en el Congo las violaciones a mujeres incluso embarazadas es cosa de todos los días.

En Goma, ciudad ubicada al este de la República Democrática del Congo, la guerra de guerrillas, los explotadores de recursos naturales, el tráfico y la selva no dejan que nadie le escape a la muerte. Veintitrés grupos armados en su lucha por los tesoros del suelo congoleño han provocado una marea de desplazados y refugiados como pocas en la historia de África. Y para colmo de males, las tropas del ejército nacional, sin servicios y mal pagas, no hacen más que convertirse en los lugartenientes del caos sobre el caos, explotando a las poblaciones y generando un estado de dramatismo total.

A finales de octubre, Laurent Nkunda, general rebelde de la tribu de los tutsi, se puso al mando de seis mil hombres y atacó a las tropas regulares congoleñas en la provincia de Kivu Norte, protegido por la ubicación estratégica del territorio que se encuentra en los límites con Ruanda y Uganda, buenas vías de escape en caso de perder. Se arrasaron aldeas, se violaron a miles de mujeres como Oliva, se mataron a miles de niños como Djemimana, se sembró muerte sobre muerte sobre muerte. Todo frente a los ojos de la MONUC, el mayor ejército que las Naciones Unidas a desplegado en el mundo, con más de diecisiete mil efectivos, diecisiete mil que no hacen más que pedir tregua mientras sus rostros son salpicados con la sangre de los inocentes, diecisiete mil espectadores de lujo de una de las peores tragedias de la historia. Y ellos, con sus armas enfundadas rechinando los dientes.

“Debemos defender con nuestras vidas los derechos de los tutsi que viven en la República Democrática del Congo y combatir a los rebeldes hutus para no perecer” dice enarbolando una bandera, Laurent Nkunda, mientras sus ojos se iluminan con el poder que podría otorgarle el coltán.

Oliva tiene siete años. Sus piernas son tan delgadas que apenas sostienen a su cuerpo de abdomen hinchado y costillas al viento. Mientras toma dos trozos de coltán para ponerlos en una bolsa mira a un efectivo del MONUC y este agacha la cabeza. Oliva no sueña. Oliva no sabe de juegos de niños. Oliva no tiene padres, ellos murieron en combate. Oliva morirá sin saber que aquello entre sus manos es el mineral del futuro del cual el Congo posee el 80% de la reserva mundial, vital para los misiles balísticos que matan a su pueblo y a otros, para los videojuegos de los niños de occidente, para los celulares que llevan y traen saludos y abrazos y besos virtuales, para las computadoras y los aparatos de diagnósticos médicos… y es que Oliva no conoce nada de eso. Es una niña sin sonrisas ni lágrimas, con mucha hambre y dolor. Seguramente su tumba será marcada con una cáscara de banana junto al cadáver de la indiferencia, esa indiferencia que nos aleja de ellos por temor a sufrirlos, por simple lejanía, porque somos humanos y como tales cuidamos el culo que nos corresponde y más nada.

La caída del AIRBUS A310 YEMENIA


Bakari Bahiya se ha convertido en una adolescente de catorce años que sabe de vida y de muerte. Bakari significa "esperanza" y hace unos días se convirtió en la única sobreviviente del accidente aéreo del Airbus A310 de la aerolínea Yemenia. Bakari era una de los 153 tripulantes. Su madre también.

Antes de estrellarse contra las costas del archipiélago de las Comoras, a 17 millas de Moroni, su capital, el avión no emitió señal alguna de auxilio. No tuvo tiempo. Solo se les avisó a los tripulantes que se pongan los salvavidas por precaución. El mal tiempo los empujó hacia la línea del horizonte más acá. Bakari escuchó un estallido ensordecedor acompañado de una fuerte descarga eléctrica y luego... todo negro. Tan negro que de un segundo a otro se encontraba inmersa en la oscuridad absoluta... en pleno océano Indico. Las olas heladas la arrastraron hacia cualquier parte y hasta pudo escuchar a otras personas pidiendo la ayuda que no llegaría a tiempo. Bakari tembló de miedo, de frío, de angustia, de frío, de desconsuelo, de frío. Y tembló de muerte. Se aferró - a pesar de su clavícula rota y varias quemaduras - a un trozo de lo que fuera el avión porque el instinto de supervivencia así se lo indicó. Lloró y se durmió.

Despertó mucho después, en la cama de un hospital de Moroni y llamó por teléfono a su padre, quien vive en los suburbios de la capital francesa. Paris y Moroni es un mundo de distancia, pero para Bakari, es mucho más que eso. Su padre está allí, su madre, en ninguna parte. Está sola, aunque su nombre signifique esperanza. Es la única sobreviviente de una de las tragedias aéreas más grandes de la historia, justo un mes después de la caída el Airbus francés en el Atlántico. "Habíamos caído al agua. Oía gente hablando pero no veía a nadie. Todo estaba negro a mi alrededor" cuenta a su padre con la mirada perdida en las sombras del recuerdo... y llora. "Sé que mamá no está en la habitación de al lado. Si estuviera hubiese venido a verme" Una lágrima se hace océano en su rostro "Tengo claro todo lo que ha pasado" y el silencio se hace eco en su dolor.