viernes, 14 de agosto de 2009

Marco Ruiz, el rostro y las heridas del periodismo venezolano



El motivo era claro y era justo. Según el artículo 50 de la Ley Orgánica de Educación, en el numeral 12, reza que el Ministerio de Educación tendría la potestad de ordenar el cierre de cualquier medio de comunicación, en caso de que estos, publiquen información que provoque pánico entre la población infantil. En realidad, no era más que otro cerrojo del gobierno para con la libertad de expresión y de comunicación. Desde el cierre del canal de televisión RCTV, en mayo del 2007, pasando por el retiro del aire de 34 radios de tinte opositor y los cinco procesos abiertos a Globovisión acusado de hacer “terrorismo mediático”, el gobierno no ha cesado en su intento de aniquilar cualquier pensamiento distinto. Marco Ruiz iría a protestar pacíficamente. Le dio el último sorbo a su café, tomó unos volantes que entregaría entre semáforo y semáforo a los transeúntes y salió junto a sus más de treinta compañeros desde la Torre de la Cadena bajando por el Boulevar Panteón hasta la Avenida Urdaneta. Cerró los ojos. Respiró profundo. Recordó aquellas bombas y granadas lacrimógenas, el gas pimienta, las pancartas quebrándose contra el suelo, las corridas, la verborragia agresiva de su presidente, tantas marchas… tantas marchas. Sonrió de lado cuando su mente fue ocupada por la imagen de un futuro mejor. Pensó, no podría ser peor. Abrió los ojos y a su lado vio a Sergio, su compañero y amigo. Él lo miró y asintió con la cabeza. No podría ser peor. Y en pos de eso se prometió, como todos los días, nunca cesar en sus reclamos, jamás bajar los brazos. No olvidó que Caracas, la ciudad que tanto quería, es justamente la ciudad con mayor índice de inseguridad en Latinoamérica, que en diez años los crímenes se han triplicado, que desde arriba baja la idea de reforzar la lucha de la revolución socialista con armas, porque revolucionar es una constante lucha, dicen inflándose los pechos tan fríos como vacíos. Movió la cabeza a los lados y bajó la mirada. No podría ser peor. Y desde el otro lado de la calle escuchó gritos enardecidos. Viva la libertad. Esta calle es del pueblo. Ustedes defienden a la oligarquía. Hombres y mujeres lo rodearon, a él y a sus compañeros; hombres y mujeres con palos largos y odios profundos en sus ojos. Se perdió en los ojos de uno de ellos. Se preguntó por qué tanto odio y rencor. Por un instante se sintió vencido. Si todo lo que hacía por y para el pueblo, para el arepero, para sus amigos, para los maestros, para los indigentes, para sus colegas. Tuvo ganas de llorar. Vio a Venezuela dividida. Fraccionada. Irreconciliable. Cuánto desconsuelo. Y sintió un puño estrellarse contra su rostro, y otro impactando contra su estómago, y un palo hizo una elipse imaginaria en el aire hasta dar con su espalda, y otros puños desparramándolo en el suelo, y luego patadas, muchas patadas, no de uno ni de dos, de cuatro hombres, también venezolanos, como él. Pensó en sus inicios en el periodismo, en el gran “sí” de su esposa, en el abrazo de su madre postiza, en el olor a café por las mañanas, en las aguas del Caribe, en el sueño de ser padre. Pensó.

Marco Ruiz fue trasladado con traumatismos varios en ambulancia hacia un centro médico. Cuando estaba recostado en la camilla vio a Sergio con lágrimas en los ojos, los puños cerrados a cada lado del cuerpo y los labios mordiéndose. Sergio estaba impregnado de impotencia y de dolor. Unos contra otros, pensó. Unos contra otros, susurró. Ya en el centro médico, Marco se sentó en el borde de la camilla y perdió su mirada en las nadas del frente. Quería entender cómo se llegó a tanto odio y tanta violencia. Por qué todo parecía perdido entre las personas. No importaban las respuestas, no le servían para apaciguar su dolor, no le alcanzaban. Pensó en el futuro. No podría ser peor. Elevó la mirada y vio un horizonte, no tan lejos, prometiéndose, como todos los días, como cada periodista, nunca cesar en los reclamos, jamás bajar los brazos.



Versión libre de un hecho real. Dedicado a todos los Marco Ruiz de Venezuela.

2 comentarios:

  1. Increible que desde tan lejos, en esa Argentina que he aprendido a querer y que tiene mis más grandes tesoros, Omar comprenda tanto nuestra situación en Venezuela. Parece que estuvo viviendo ayer dentro de Marco, dentro de Sergio, dentro de todos nosotros que nos asombramos y nos llenamos de soberbia e impotencia al ver lo que hicieron y constantemente están haciendo con nuestra gente buena, que lucha porque no se nos caiga el país a pedazos. ¡¡Eres grande Omar!!

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  2. Será porque acá también pasan cosas como esa. Quizás no tan abiertamente pero que pasan, pasan. Y también hay palos, y gas, y abuso y coacción.
    ya lo dije una vez, nuestros paises están hermanados tanto por cosas hermosas como por basura de la peor.

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